La isla de las mujeres del mar by Lisa See

La isla de las mujeres del mar by Lisa See

autor:Lisa See [See, Lisa]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2018-12-31T16:00:00+00:00


* * *

Como haenyeo, esposa y madre, mi vida giraba en torno al buceo, a mi marido, a mis dos hijos, a Yu-ri y al bebé que iba a nacer. «Bajamos al mundo submarino para ganarnos la vida y volvemos a este mundo para cuidar a nuestros hijos». Las haenyeo nos regimos por la luna y las mareas, pero también nos definen la abundancia o ausencia de ciertos elementos que agrupamos de tres en tres. La abundancia del viento, las rocas y las mujeres. La ausencia de ladrones, verjas y mendigos. El sistema de tres pasos en nuestros campos y granjas: alimentamos a los cerdos con nuestras heces, los cerdos abonan los campos de tierra adentro con las suyas y, al final, esos mismos cerdos acaban en nuestro plato. No nos gustaba hablar de ello, pero Jeju también era conocida como la «isla de los tres desastres»: viento, inundaciones y sequía. El viento, siempre el viento, siempre.

Pero nos azotaron otros tres.

El primero fue una epidemia de cólera. Abuela murió. Me dolió su pérdida, pero me dolió aún más no haber podido acompañarla en sus últimas horas. Mi-ja también perdió a sus tíos.

El segundo, una cosecha extremadamente mala. Perdimos los cultivos de los que dependía nuestro sustento: el mijo, la cebada y los boniatos. Los estadounidenses nos daban bolsas de grano, que íbamos a recoger a sus puntos de abastecimiento, pero los antiguos colaboracionistas de los japoneses, que ahora se encargaban del racionamiento, robaban esas provisiones para venderlas en el mercado negro. Al cabo de cuarenta y cinco días, el precio del arroz se había doblado (y eso que nunca habíamos podido permitirnos comprar arroz salvo para las celebraciones del Año Nuevo). Al mismo tiempo, el precio de la electricidad (en los pocos sitios de la isla donde había) se multiplicó por cinco.

Y el tercero, la escasez creciente de productos de primera necesidad. La población de Jeju se había multiplicado por dos: tras la liberación, con el regreso de los que habían emigrado a Japón, y tras la división del país, con la llegada de refugiados del norte. Pero los estadounidenses nos prohibían comerciar con nuestros antiguos invasores, y eso significaba que las familias de las haenyeo no tenían dinero para comprar comida. Nosotros subsistíamos a base de una mezcla de algas y salvado de cebada, pero había familias que se comían la pulpa del boniato, que normalmente se daba a los cerdos, así que incluso los animales sufrían la carencia de alimentos.

Las mañanas que no iba a bucear me ataba a Sung-soo a la espalda y salía, con Min-lee y Yu-ri detrás de mí, para reunirme con otras mujeres en algún punto de la costa rocosa y buscar cangrejos de arena con los que preparábamos «sopa de amor de madre». Cada vez que uno de los niños encontraba uno, sus chillidos resonaban casi como un sumbisori. Luego me pasaba toda la tarde extrayendo la carne de aquellos diminutos caparazones para preparar la sopa.

Mi-ja y yo acordamos no hablar de política, pese a la agitación que nos rodeaba.



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